No hay calzado más propio del verano que las chanclas o sandalias. Las usamos para estar por casa, para ir la playa o la piscina e incluso para dar pequeños paseos. Al fin y al cabo, son cómodas, frescas y ligeras, tres buenas cualidades que las hacen indispensables cuando llega esta época del año. La pregunta es: ¿son realmente buenas para nuestros pies?

Lo bueno

Aunque depende mucho de la maña y la prisa que tengamos, tardamos alrededor de un minuto en calzarnos unos zapatos y abrocharnos los cordones. Por el contrario, para ponernos unas chanclas sólo necesitamos unos pocos segundos y podría decirse que ése es ya su primer aliciente. El segundo es que los que pies quedan al aire libre y, por tanto, transpiran mejor, algo fundamental cuando el calor aprieta y queremos evitar una excesiva sudoración. Asimismo, otra de las grandes ventajas de las sandalias es que se limpian fácilmente. Si tienen arena seca, basta con sacudirlas contra una pared y los granos desaparecerán. Y si queremos una limpieza más a fondo, podemos ponerla debajo de un grifo sin ningún reparo y quedarán como nuevas. Es más, si las tenemos puestas para ir a las duchas de la playa o a los vestuarios de las piscina, mejor que mejor, ya que así evitaremos contraer hongos e infecciones.

Lo malo

Pero no todo es positivo. De hecho, ¿quién no ha sufrido alguna rozadura al usar sandalias? Por lo general este tipo de calzado emplea materiales de baja calidad y unos patrones estándares, por lo que no si no se ajustan del todo bien a tus pies, a buen seguro que te darán la lata más pronto que tarde. Incluso si las dejas al sol puede que te quemes con ellas, ya que las suelas son de goma y no aíslan el calor. De igual modo, el hecho de que sean completamente planas provocan una pisada irregular y una mala amortiguación, sufriendo especialmente el talón y el tobillo.

Conclusiones

No hay ninguna razón para dejar de usar las chanclas en verano, pero sí debemos tener en cuenta que son mucho más recomendables para ir a la playa o la piscina que para dar un paseo sobre una superficie dura. No en vano, están pensadas para un uso ocasional, no para llevarlas puestas todo el día (ni para conducir). Si convertimos las sandalias en nuestro calzado habitual durante el verano tendremos más posibilidades de sufrir esguinces, dolores articulares, sobrecargas musculares, dedos en garra, durezas en el talón, etcétera. Úsalas con moderación y no tendrás que preocuparte de estos ‘efectos secundarios’.