“Me duelen mucho los huesos y eso es señal de que va a llover”. Esta frase, que seguramente todos hemos escuchado en alguna ocasión, puede parecer sacada de la imaginación de nuestros abuelos, pero lo cierto y verdad es que tiene cierta base científica.
Presión atmosférica
Como decimos, existe relación entre el dolor y los cambios del clima. Todo tiene su origen en el líquido sinovial, que es el que se encuentra dentro de las articulaciones y permite una correcta fricción de los huesos. Simplificando, podríamos decir que hace las veces de lubricante. ¿Y cuál es el problema? Pues que cuando hay un descenso brusco de la presión atmosférica el líquido sinovial tiende a salirse de la cápsula en la que se encuentra, generando síntomas de dolor.
Humedad y sol
La humedad también suele asociarse a las molestias óseas. En este caso, existen evidencias de que la humedad rebaja el umbral del dolor, de ahí que sensaciones que en otros casos no nos parecerían dolorosas se vuelven incómodas cuando estamos en un ambiente húmedo. Contrariamente, el sol es una fuente de energía y vitaminas muy poderosa y por eso algunos dolores parecen remitir temporalmente cuando estamos expuestos a él.
Recomendaciones
Las personas que sufren problemas articulares deben tener en cuenta algunas consideraciones cuando llega el invierno. La primera de ellas, aunque pueda parecer obvia, es usar una ropa apropiada, es decir, que abrigue y transpire al mismo tiempo (las prendas de algodón son una apuesta segura en este sentido). En cuanto a la alimentación, es época propicia para los platos calientes (no confundir con copiosos), las verduras del tiempo (calabaza, seta, alcachofa…) y las frutas ricas en vitamina A (naranjas, mandarinas, pomelos, caquis…), las cuales nos ayudarán a evitar resfriados.